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ENSAYOS DE CARLOS RANGEL: LA NEUROSIS LATINOAMERICANA

 

Título original: “La Névrose Latino-Américaine”
Publicación / fecha original: 
Commentaire (Francia), Enero 1980, Número 9, pp. 105 a 110
Traducción del francés por Carlos J. Rangel


La neurosis latinoamericana

El suelo político de la sociedad latinoamericana aún no se recupera del terremoto que ha sido la revolución cubana; de la cual tampoco hay restauración posible. Lo que sucedió en Cuba en 1959 marca el final de una era, al menos tanto como lo hicieran las guerras de Independencia en el primer cuarto del siglo XIX y la Declaración de Monroe (1823).

Los efectos perversos del monroísmo

Durante ese período de aproximadamente 130 años, América Latina, que se había convertido en un mosaico de estados soberanos, vivía en una especie de infantilismo ante las complejidades de la política internacional. Sólo Bolívar y algunos otros estadistas de la generación independentista tenían una percepción real de la diversidad de los imperialismos y de los riesgos que corren los débiles y los pequeños en un mundo donde las cuestiones esenciales se ajustan mediante el poder. Este puñado de hombres lúcidos (y por tanto atípicos) nacidos bajo el imperio español, se sentían directamente involucrados en los asuntos de Europa. Habían vivido intensamente la gran política internacional, la mayoría de las veces desde lejos pero a veces en el lugar de los hechos (caso de Miranda y Bolívar);  habían sido seducidos por la fascinación universal que suscitó la prodigiosa aventura de Francia entre 1789 y 1815; y habían comprendido lo que era el poder estratégico (sobre todo durante la era naval), decisivo en el resultado favorable a Inglaterra. Habían mantenido contactos asiduos en Europa, a veces al más alto nivel, contactos fomentados en sus orígenes por los intereses de Whitehall en la disolución del imperio americano español. Después de la caída definitiva de Napoleón, estos hombres percibieron de inmediato el peligro de una restauración de l’Ancien Régime también en su América, y por ello acogieron con entusiasmo la declaración del presidente Monroe. Pero sólo Bolívar parece haber comprendido que a partir ese momento América Latina intercambia el riesgo "abierto" que corrían los territorios débiles del siglo XIX a la intervención, conquista o colonización de una u otra de las grandes potencias europeas, con la certeza de ser sometida a un protectorado norteamericano.

La única gran brecha en esa seguridad de América Latina garantizada por un protector externo, ocurrirá con la aventura francesa apoyando a Maximiliano, instalado por Napoleón III en el trono de México al mismo momento en que el los norteamericanos están demasiado distraídos por sus propios asuntos internos (la Guerra Civil) para poder frustrar esa afrenta al monroísmo. Pero fue un solo episodio, y las clases dominantes de la sociedad latinoamericana olvidarán que existen riesgos permanentes, en el mundo tal y como es, para la seguridad y soberanía de los países débiles; a sus ojos, el monroísmo se hará parte del paisaje, sin que nadie piense durante mucho tiempo en percibirlo como una merma de soberanía y una incitación a la irresponsabilidad. Por mi parte, creo que es aquí donde se encuentra el más profundo daño, quizás irreparable, que los EE.UU. le han causado a América Latina, no en la lista de agravios que por lo general se acobijan bajo la palabra "imperialismo". La madurez política de las sociedades, el realismo fundamental para conducir una política eficaz razonablemente, se basa en la percepción del carácter precario de la seguridad, y su corolario de que se necesita un esfuerzo permanente para incrementar ese margen de seguridad con recursos y medios desarrollados y gestionados dentro de una sociedad que aspira a sobrevivir. Se trata de adquirir al menos una cierta fuerza militar real (y no un ejército de opereta), y aprender a conducir una política exterior con continuidad, seria y no demasiado torpe. Una sociedad que cumpla con estos requisitos mínimos encontrará que probablemente esté de la misma manera comprometida con la senda de modernización y desarrollo económico, que son más bien las consecuencias que emanan de la madurez política. Pero América Latina fue privada por la doctrina Monroe del ambiente de "selección natural" en el cual la maduración política escoge a los sobrevivientes. Lo que ocurrió en América Latina (con la posible excepción de Brasil, que podría explicar muchas cosas), fue una repentina regresión a la irresponsabilidad en la que vivía la clase criolla antes de que las revoluciones de América del Norte y francesas produjeran la generación "anormal" de los independentistas. La combinación de la Doctrina Monroe con las tradiciones esclavistas de la economía feudal-mercantil y los legados políticos parroquiales, herencia de tres siglos del imperio español, genera a partir de 1830 una mediocridad generalizada, incluyendo notablemente "el subdesarrollo político," el cual Jean-François Revel ha identificado con tanta precisión[1] y en donde debemos buscar, como él sugiere, la explicación profunda de las frustraciones de una sociedad que por otra parte está muy bien dotada. Ésta se trata, de hecho, de un conjunto humano cuyo carácter, predominantemente occidental, no debería plantear en principio grandes problemas culturales para la modernización, el desarrollo económico y social, el funcionamiento estable de la democracia; algunos de estos países gozan incluso de infraestructura urbana e instituciones “modernas” (por ejemplo, universidades) que preceden a las de Estados Unidos. La región también tiene ventajas excepcionales en cuanto a recursos naturales de todo tipo: espacios amplios en relación con la población, clima variado (no puede por lo tanto ser un principio explicativo), grandes sistemas de ríos navegables que proporcionan un volumen de agua de agua dulce inigualable en otros lugares así como la posibilidad de servicios de energía hidroeléctrica muy importantes, etc. No existe otro conjunto de ventajas relativas comparables que distinguen claramente de esa manera a América Latina con el resto del llamado Tercer Mundo.

Después de 1945, con el perfeccionamiento del “Sistema Interamericano” y la hegemonía no solo hemisférica sino mundial de Estados Unidos, la seguridad garantizada y gratuita de América Latina llegará al punto de hacer inconcebibles las guerras entre países latinoamericanos. En todo caso, pueden ser "detenidas" en pocas horas por la acción de este "sistema" (como en el caso de las hostilidades entre Honduras y Salvador en 1969). No es casualidad que ante la nueva era marcada por la revolución cubana, y coincidiendo con la erosión generalizada del poder norteamericano en el mundo, son posibles nuevamente en América Latina los grandes guerras, como la que estuvo a punto de estallar entre Argentina y Chile por el Canal del Beagle [1978]; también hay guerras civiles largas y mortíferas, como la de Nicaragua hasta hace poco; sin que Estados Unidos quiera involucrarse salvo con mucha cautela, sin que el “Sistema Interamericano” funcione.

Con esta nueva crisis en la Doctrina Monroe, negada durante unos años por Washington, pero ahora oficialmente reconocida incluso hasta en discursos presidenciales[2], los dirigentes latinoamericanos descubren con angustia la precariedad fundamental de sus Estados, tanto en sus estructuras internas como de su propia existencia. Debería ser evidente que, en fin, es una falsa excusa la que pretende explicar que todo lo desagradable ocurrido en América Latina se debe a agentes externos (el imperialismo norteamericano, o – la otra cara de la misma falsa moneda - la conspiración comunista internacional). Sin embargo, esta es la última región del mundo donde personas educadas con acceso a toda la información continúan creyendo (o pretenden creer) que los norteamericanos son omniscientes y todopoderosos. Jean-François Revel cita en el artículo al que ya he aludido la asombrosa dialéctica del filósofo mexicano Leopoldo Zea, para quien la ex complicidad de Washington con las dictaduras de América Latina fue una manifestación del imperialismo yanqui (que es lo obvio), pero para quien también la presión actual del gobierno de Carter contra dictaduras de derecha torturadoras sigue siendo una forma diabólica de neo-imperialismo. Estados Unidos es tan inteligente y poderoso que puede hacer cualquier cosa. No podemos hacer nada. Incluso la Revolución Cubana, cuyo prestigio e inmensa importancia se deben enteramente a que fue el primer salto decidido y duradero contra la hegemonía norteamericana en el hemisferio, se le disculpa su triste fracaso en todos los aspectos después de veinte años, por el bloqueo y la maldad de Estados Unidos.

Neurosis latinoamericana

En marzo de 1979, David Rockefeller hizo una corta visita a la Argentina, probablemente por asuntos relacionados a su puesto como director ejecutivo del Chase Manhattan Bank. En una rueda de prensa efectuada durante su estadía tuvo lugar este curioso diálogo entre Rockefeller y un periodista argentino:

"Reportero: Usted declara haber venido a Argentina para reunirse con banqueros, pero tengo aquí una lista de diez empresas que se dicen argentinas y que en realidad son controladas por su familia. ¿Desconoce usted este hecho?

David Rockefeller: Tal vez, si me muestra la lista, puedo responderle...

R.: (lee una lista).

DR: Bueno, la International Basic Economy Corporation (IBEC) es una empresa fundada por mi hermano Nelson, recientemente fallecido, y que ahora dirige su hijo. Las otras empresas en su lista son afiliadas al IBEC. Por lo tanto es cierto que mi familia tiene relaciones con ellas. Pero, ¿a dónde va su punto?

R.: La familia Rockefeller controla la política de Estados Unidos, sea cual sea el partido gobernante. Yo quisiera saber si usted tiene igualmente la intención de controlar la política en Argentina y América Latina gracias a las empresas que usted posee en nuestro país y varias decenas más que le pertenecen en Latinoamérica, como la Exxon y los demás en esta otra lista (la lee).

DR: Su pregunta es algo absurda. Mi familia no es propietaria de ninguna de las empresas que acaba de mencionar. Se tratan de sociedades anónimas en las que a veces uno u otro de nosotros puede poseer el uno por ciento o menos de las acciones. La única excepción es el Rockefeller Center, el cual nos pertenece en su totalidad. Exxon fue fundada por mi abuelo hace que más de cien años, pero hoy en día no tenemos casi nada de ella. Se equivoca cuando imagina que tenemos un estricto control sobre las empresas de su lista."

De regreso a su sala de redacción, nuestro agudo periodista escribió el artículo[3] del cual he obtenido estas citas y en el que se ufana de haber logrado hacer que David Rockefeller confesara que su familia es propietario único del Rockefeller Center, dado que este "holding" tiene a su vez 132 empresas en Latinoamérica, incluyendo las filiales de Exxon. Se evidencia que este periodista bastante importante desconoce lo que es el Rockefeller Center. Pero, ¿necesitamos detenernos en detalles como este cuando uno de los miembros del clan sale de las fortalezas de Wall Street para descender sobre la Argentina desarmada? “Estas personas no viajan a un país lejano como el nuestro para inspeccionar una sucursal bancaria. Lo hacen para hablar con el Ministro de Hacienda (de hecho, parece que fue uno de los motivos del viaje del Sr. Rockefeller) y recibir información sobre nuestra economía, información confidencial a la cual los argentinos, por su parte, no tienen ningún derecho." (ibid). De esta manera, la paranoia sirve para mantener a numerosos líderes latinoamericanos en un mayor nivel de atraso y mala información, en política y economía, que sus pares en países descolonizados más recientemente y realmente pobres.

Sin embargo, la neurosis latinoamericana frente a Estados Unidos se corresponde cada día menos con los hechos. El debilitamiento e incoherencia de este país, protector y guardián de América Latina durante tanto tiempo, ya no se puede ignorar. Por otro lado, fue después de la revolución cubana que Estados Unidos llegó, en un intenso resplandor de corta duración, a su punto de mayor interés para con la región. Un interés siempre de bajo nivel entre la opinión pública e incluso entre la clase dirigente norteamericana. Han habido, desde Henry Clay (secretario de Estado de Monroe) hasta John Kennedy, una serie de políticos para quienes América Latina no es solo un coto que Estados Unidos debe resguardar de los deseos europeos, sino también una región hermana, que obtuvo su independencia bajo el mismo ímpetu histórico, surcando la misma estela de los Estados Unidos, y que se acogió al sistema de gobierno republicano y democrático en un momento en el cual esta innovación solamente existía en el hemisferio occidental.

El monroísmo tenía entonces dos componentes: por una parte la convicción de que sin la tutela cercana y la posible intervención de Estados Unidos en América Latina, podrían ocurrir u ocurrirían inevitablemente allí otras intervenciones de potencias extra-hemisféricas, y de las cuales devendrían graves pérdidas estratégicas y peligros inaceptables para los Estados Unidos; y por otra parte, la simpatía real, aunque condescendiente, que los idealistas en América del Norte tradicionalmente han tenido para aquellos pueblos que perciben estar buscando mejorar sus destinos adaptando instituciones políticas virtuosas, inspiradas en el ejemplo de la república norteamericana. Pero no hay duda de que esta segunda parte del monroísmo es mucho más débil que la primera, expuesto crudamente con el advenimiento armamentista de misiles balísticos intercontinentales y submarinos nucleares, que hacen estratégicamente irrisoria la posesión del Canal de Panamá, por ejemplo. La opinión pública en los EE.UU. apenas apoya al presidente Carter en su esfuerzo para liberar el canal, pero no por tener un interés - casi inexistente - particular en Panamá o la región de América Latina en general, sino porque el norteamericano promedio aprende en la escuela acerca de la hazaña cuasi-mítica de ingenieros y sanitaristas de Norte América que cavaron el canal y, por lo cual, este siempre se percibe no como un Canal de Panamá, sino un Canal de los EE. UU. cruzando Panamá (en palabras de un senador). La verdadera actitud de Estados Unidos ante América Latina ha sido descrita sin cortapisas por alguien que sabe de lo que está hablando: "Nuestra forma de hacer negocios extranjeros es la combinación descaradamente hipócrita de rituales solícitos al Sistema Interamericano con la indiferencia visceral hacia problemas concretos de los latinoamericanos. En ceremonias oficiales, nuestros líderes pronuncian bellos discursos sobre la solidaridad hemisférica. Cuando una empresa norteamericana es nacionalizada o uno de nuestros diplomáticos es secuestrado, la prensa se emociona durante unos días. Pero no dejo de estar convencido, y los propios latinoamericanos lo están, de que en el fondo a la mayoría de los norteamericanos les importa un comino América Latina” (don’t give a damn about Latin America).[4]

Y ahora ya no es "en el fondo", sino plenamente a la vista en la superficie (como en el discurso de Carter mencionado en la nota (2), que Estados Unidos finalmente admite su desinterés por los problemas latinoamericanos en su conjunto. Están listos para enfrentar situaciones puntuales, como su vecindad con México, la inmigración ilegal y otros detalles que surgen y no pueden ignorarse; y quieren seguir con peso en la región, pero no quieren aceptar y menos ejercer una responsabilidad especial y una solidaridad mística, como en el pasado.

Los diversos países latinoamericanos se hallan así desde 1966 (fecha de la intervención de los marines, enviados por Johnson a la República Dominicana, en el último estallido del monroísmo moribundo) gradualmente liberados del poder que los había tenido durante tanto tiempo "sobreprotegidos". Y esto ocurre durante los años en los que tienen que tratar de adaptarse a la profunda perturbación causada por la revolución cubana.

Sólo el mejor establecido y astuto sistema político en América Latina, el de México, ha logrado navegar relativamente indemne esta tormenta. México se mantuvo firme contra los Estados Unidos en cuanto al ostracismo económico y diplomático de Cuba, se negó a romper relaciones con el régimen de Castro, y logra mantener de esa manera su imagen "progresiva" hacia el exterior, así como prolongar el aislamiento y la insignificancia de la extrema izquierda en su interior, incluso cuando aplastó sin piedad no sólo a los pocos guerrilleros en sus montes sino también, de pasada, a la disidencia estudiantil, matando a cientos de personas en 1968, cuando se presentaron en el centro de la capital. Y solo Venezuela, que casualmente emergió de una dictadura militar poco antes de la caída de Batista en Cuba (1958), encontró gobernantes capaces de fundar y defender instituciones verdaderamente democráticas ante el doble desafío de militares de derecha y la extrema izquierda armada, inspirada y activamente alentada por La Habana.

En otros lugares, la ola expansiva de la revolución cubana provocó perturbaciones que aún perduran, pero sin lograr instaurar en ninguna parte un verdadero régimen socialista, ni siquiera un "socialismo militar", ya que el "modelo peruano" ha alcanzado una especie de perfección en la bancarrota económica y política; pero avivó trágicas guerras civiles y facilitó el colapso de democracias de larga data (como Uruguay y Chile), así como el surgimiento de un nuevo tipo de autoritarismo de derecha basado como en el pasado sobre el poder militar, pero mucho más implacable porque por primera vez desde el surgimiento en Latinoamérica de ejércitos profesionales, el "partido militar" enfrenta el problema de su propia supervivencia en un contexto político hemisférico y mundial que condujo en Cuba a disolver las fuerzas armadas regulares y a la muerte, encarcelamiento o al exilio de todos sus oficiales.

En ningún otro lugar es más desalentadora esta nueva situación que en Argentina, un país que sin discusión fue (y esencialmente sigue siendo) el más avanzado de América Latina, y que, por la pesadilla en la que se encuentra inmersa, ilustra la dificultad que tiene la cultura latinoamericana, o más precisamente, la cultura Hispano-Americana (Brasil es un caso análogo pero suficientemente distinto que debemos tener cuidado de no generalizar sobre América Latina incluyendo automáticamente a Brasil) para superar su subdesarrollo político, muy comparable a una grave neurosis, debido en su mayor parte al hecho de que se nos ofreció la oportunidad de compartir el "Nuevo Mundo" con Estados Unidos, y hasta ahora, nos hemos quedado del lado oscuro (según nuestra íntima convicción) en el díptico de la gran aventura americana.

El paradójico prestigio de Castro

Por esto no me atrevo a ser optimista sobre las posibilidades de que en nuestra América se logre en un futuro cercano el desarrollo político necesario para salir de la crisis permanente y el vaivén entre regímenes democráticos populistas, económicamente incompetentes y con tendencia suicida de un lado y, por otro, regímenes autoritarios igual o más incompetentes, con casos especiales como el “sistema mexicano”, y desviaciones excéntricas como el régimen totalitario cubano. Casi sin excepción, los intelectuales latinoamericanos más dotados y cultos (desde 1960 casi todos "de izquierda" y admiradores de Fidel Castro) cuidadosamente eluden la reflexión crítica y profunda sobre nuestra sociedad, persistiendo en emplear sus mentes ardientemente en la empresa contraria: reforzar la idea fija y paralizante de que todos los problemas de América Latina se deben a agentes externos y que la solución (venganza) se encuentra en La Revolución. Así, por ejemplo, los economistas latinoamericanos han hecho una contribución desmesurada a la teoría de la dependencia económica como suficiente explicación para el subdesarrollo, sin preocuparse en lo más mínimo de que países como Estados Unidos, en primer lugar, pero también Japón, Canadá, Australia, Nueva Zelanda y España han superado cada uno a su manera esta experiencia, y que países tales como Taiwán, Corea del Sur y Singapur lo están haciendo en este momento.

No es de extrañar, por ello, que Fidel Castro y su revolución mantenga un inmenso y profundo prestigio en América Latina, difícilmente entendible hoy en día para un observador europeo, incluso marxista. Para éste, Castro se revela ahora como un tirano bastante despreciable, su revolución como un fracaso espantosamente costoso para el pueblo cubano e incluso para América Latina toda; su único aporte notable a los asuntos de nuestro tiempo, su sumisión a los designios estratégicos de los soviéticos a quienes les entregó la juventud cubana para convertirla primero en un ejército desmesurado, y luego en una fuerza expedicionaria. Esta empresa debe haber sido concebida y dirigida por la U.R.S.S. durante mucho tiempo, al menos desde 1965. Pero lo que a cualquier observador no latinoamericano le parece un asunto vergonzoso para la nación cubana y una sangrienta amenaza para sus jóvenes, obligados a ser el "senegalés del imperio soviético"[5], representa un prestigio adicional para Fidel en América Latina. No son sólo los medios pro-soviéticos o, más generalmente, los de “izquierda” los que no critican a Fidel sobre este punto. Casi sin reservas, también los socialdemócratas, los liberales e incluso conservadores latinoamericanos (y muchos soldados, incluso oficiales) encuentran un orgullo secreto de "descolonizados" en el hecho de que soldados de nuestras tierras pisen por primera vez en la historia los suelos del África, el Magreb, de Arabia, Vietnam, Afganistán, de Camboya. La bancarrota de la revolución cubana ha sido universalmente aceptada -salvo en América Latina- y nadie niega que en las cárceles cubanas hay un número muy alto de presos políticos que reciben un trato abominable[6]. Pero cuando Fidel fue recibido en visita oficial a México en mayo de 1979, el presidente López Portillo lo recibió en el aeropuerto como "uno de los hombres de este siglo." Esta hipérbole de López Portillo, sincera e hipócrita, parece que le ha servido enormemente ante la opinión pública de su país. Es motivo de gran reflexión observar que, durante veinte años, cuatro dirigentes del "sistema mexicano," muy distintos entre sí en cuanto a otros asuntos (los presidentes López Mateos, Díaz Ordaz, Echeverría y ahora López Portillo), fortalecen su posición y la dudosa legitimidad del partido único mexicano (el Partido Revolucionario Institucional) ofreciendo una inmutable amistad a Fidel Castro.




[1] En Commentaire, no. 3, Automne 78, págs. 26l- 266: L'Amérique Latine et sa Culture Politique.

[2] Esto se evidencia en el discurso de Carter ante la Organización de Estados Americanos (14 de abril de 1977).

[3] En Redacción, Buenos Aires, no. 73, marzo de 1979.

[4] Arthur SchlesingerJ. “La alianza para el progreso: una retrospectiva ", en América Latina, la búsqueda de un nuevo papel internacional, Halstead Press, Nueva York, 1975, p. 58.

[5] N.T.: Esta es una referencia dirigida al público lector francés de la revista, aludiendo a 140.000 jóvenes reclutados por Francia en 1917 en su colonia del Senegal para combatir  durante la primera guerra mundial.

[6] En Francia se reseña en los libros de Pierre GOLENDORF, Siete años en Cuba, París, Belfond, 1978; y Armando VALLADARES Prisionero de Castro, traducido, anotado y presentado por P. Golendorf, con prefacio de Leonid Plioutch, París, Grasset, 1979.


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