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martes, 31 de octubre de 2017

LA INTERVENCIÓN

Ante el desespero por la dureza de la dictadura enquistada en el poder, hay cada vez más llamados a una intervención militar internacional en Venezuela. Los llamados suenan razonables: la asimetría en el poder de fuego, el gobierno usurpado por delincuentes sanguinarios, la ocupación por agentes extranjeros de la peor calaña—cubanos, sirios, iraníes, etc., y la destrucción existente generalizada con necesidad de soluciones inmediatas y contundentes.
Los escenarios varían desde una operación quirúrgica, liderada por una élite táctica (se menciona algo como la operación Bin Laden, por el Seal Six Team de los EE.UU., pero ejecutando algo similar a la eliminación coreografiada de los rivales de Michael Corleone en “El Padrino”); algo un poco más amplio, como un ataque por drones a los centros del poder del régimen; o una intervención/invasión  multinacional compuesta por fuerzas latinoamericanas, europeas y, mayoritariamente, de los EE.UU.
No solamente son poco realistas todos estos escenarios por muchas razones, pero aun en el supuesto negado de que pudiesen ocurrir, se sabría cómo comienzan, pero no como terminan. Se presenta el ejemplo del caso de Panamá como el de una intervención limitada y exitosa, sin tomar en cuenta las grandes diferencias tanto de la geopolítica actual como de la logística territorial y militar. La situación en Venezuela es mucho más parecida a la del Irak de Hussein, que al Panamá de Noriega. 
Venezuela es una pieza geopolítica de gran importancia que ha sido ignorada por su gran vecino del norte—que a fin de cuentas considera a Latinoamérica como un patio trasero que no se va a mudar. Es cierto, hay grandes desaciertos históricos en las relaciones multilaterales del continente y eso ha traído como consecuencia lo que está ocurriendo en Venezuela sin lugar a duda. Pero pensar que como un Deus ex Machina una intervención militar liderada por ese buen vecino va a resolver los problemas del país es una quimera. Los intereses chinos, rusos y de Cuba son demasiado profundos para suponer que estas potencias y aquel país se quedarán quietos, sentados y apacibles ante dicha intervención.
Y eso sin contar con el hecho de que dicha intervención produciría un clivaje ideológico de tal magnitud que la oposición política desaparecería y solo habría bandas armadas, “nacionalistas” e “independentistas” (o alguna otra etiqueta convenientemente patriótica), acusándose mutuamente de traición a la patria y justificando así asesinatos en masa—guerra civil.
Aquellos que hacen el desesperado llamado de intervencionismo militar caen en la misma tradición que ha llevado el país a estar como está. Buscan un gran salvador, un elegido que de alguna manera vaya matando canallas con su cañón del futuro. Un escenario fotogénico, noticioso, de satisfacción inmediata, pero que arrojaría al país a un caos profundo y lleno de incertidumbres.
La vía para una transición de cambio a la democracia, no pasa por la intervención militar. No pasa ni siquiera por la rebelión militar. Pasa por la rebelión popular, una rebelión a la que se unan los militares, a la que se una la comunidad internacional. Una rebelión popular que exija democracia y que practique democracia. Mientras no se logre convencer al pueblo a tener democracia, mientras no se convenza al pueblo que el futuro está en sus propias manos y no en "el ungido" (nacional o foráneo), se mantendrá este u otro régimen parecido en el país.

La semilla de esa rebelión comienza con la formación ciudadana. No es fotogénico, no es para posturas televisivas o ratings inmediatos, pero es la manera de construir democracia.  Las herramientas de la democracia incluyen la organización civil, protesta cívica, panfletos clandestinos, grafitos, movilización empresarial y obrera, denuncia de elecciones fraudulentas y huelgas... Se hizo en Polonia, en las Filipinas de Ferdinand Marcos, se hizo en Chile, en Uruguay, en México, en Suráfrica… y en Venezuela, cuando Marcos Pérez Jiménez tuvo que huir ante una rebelión popular, sin intervencionismos extranjeros, poco después del fraude del plebiscito del '57. Se dirá, “pero no todos esos países viven en democracia ahora”. Puede ser cierto, pero es que la democracia es frágil y hay que defenderla siempre. Es posible salir del régimen de dictadura, pero el futuro democrático de Venezuela está en manos de los propios venezolanos.

miércoles, 18 de octubre de 2017

¿FRAUDE, ABSTENCIÓN O DEMOCRACIA?

No me arrepiento de haber estado de acuerdo con ir a votar. Los resultados son los esperados: fraudulentos. El fraude es público y notorio y ni siquiera hacen falta las actas de las mesas de votación para demostrarlo. Las cifras son las siguientes, según el CNE:
  •  Registro Electoral Permanente: 18.082.006 (100%)
  • Votos emitidos: 10.930.165 (60,54% de votos emitidos, es decir 39,46% de abstención)
  • Votos a favor de candidato oficialistas ganadores: 5.754.154 (52.64% de votos / 31,82% del REP)
  • Votos a favor de candidatos no-oficialistas: 5.095.545 (46.62% de votos / 28,11% del REP)

Los reportes de testigos en la calle hacen pensar que hubo más concurrencia que tanto para las elecciones de la ANC como para las de la consulta del 16 de julio, pero es difícil saber la verdad. Esas elecciones recientes sirven de todas maneras para aproximar el sentimiento del electorado por lo cual, si fueran a creerse las cifras, tanto el oficialismo como la oposición deberían estar alrededor de los 7MM de votos en una elección con abstención “normal”. La última elección nacional (AN 2015) le dio 7,7MM a la coalición opositora, mientras que la coalición oficialista obtuvo 5,6MM de votos.

Con estas cifras a la mano, es difícil creer que de 7,7MM para la AN2015 y 7,5MM para el referendo consultivo 2017, el voto opositor bajase a 5,5MM. La tendencia “irreversible” de la oposición ha sido en el sentido contrario. En elecciones nacionales ha subido, según datos oficiales, de 6,6MM (Presidenciales 2012), a 7,4MM (Presidenciales 2013) hasta 7,7MM (AN2015); en cambio para la oposición ha sido el contrario, 8,2MM (presidenciales 2012), 7,6MM (Presidenciales 2013) y 5,6MM (AN 2015). La condición del país no ha cambiado para bien, como para premiar a sus gobernantes con un cambio de apoyo popular en el voto, y las tendencias lo señalan.

Pero al existir la trampa/mito de la abstención esos “ausentes” pueden manipularse. Primero, hay que asegurarse de que existan. Por eso la campaña oficialista a favor de la abstención de la oposición. Me he pronunciado sobre este tema anteriormente y no vale la pena debatirlo mucho, pero creo que las razones de los líderes opositores que en una primera instancia acogieron la posición abstencionista son válidas y no se las critico en absoluto. El oficialismo vio en ese llamado, sin embargo, una oportunidad que no dejo escapar y promovió activamente esa posición.

La fuerza con la que la oposición votante respondió, sorprendió al oficialismo y por ello tuvo que recurrir a compra de votos, cambios en reglas, boletas mal diseñadas y cambios en centros de votación, e incluso intimidación directa para confundir, desalentar e impedir el voto opositor. Hace falta un “pool” de votos no contabilizables para poder hacer la trampa. Para eso usaron abstencionistas y nulos. Según el Consejo Nacional Electoral, los votos obtenidos por el oficialismo representan el 31,82% del registro electoral y los votos emitidos en contra de los “candidatos del pueblo” (como los calificaba el mismo CNE) fue 28,18%. Los analistas y expertos en cuestiones de fraude electoral han determinado que es difícil detectar fraude en diferencias menores o alrededor del 5%. En este caso la diferencia fue de 3,64% en el registro electoral. La diferencia en votos emitidos fue 6,03%.

Sin lugar a dudas hubo fraude. Ni siquiera hacen falta las actas para saber que la elección fue una burla a lo que representan elecciones bajo una democracia. Pero eso se sabía que iba a ocurrir, eso no es sorpresa. A mi juicio debía votarse para demostrar contundentemente el fraude y ejercer entonces toda la presión nacional e internacional en contra del régimen; para eso si hacen falta las actas.  Las declaraciones de Maria Corina Machado en su rueda de prensa cabalgan sobre esta realidad, y es lo que debe hacer toda la tolda opositora. Ante el fraude anunciado (o esperado) lo que la MUD y todo opositor tenía que tener era una estrategia para fortalecer la democracia—y debilitar la dictadura. Lo que se esperaba del liderazgo opositor y no se le ha visto hacer fuertemente es lo siguiente:
  • Defender físicamente el voto – testigos nacionales e internacionales abundantes y con capacidad de documentación.
  • Defender la integridad del voto – mantener la cadena de custodia de las actas y copia pública de las mismas.
  • Denunciar claramente y con pruebas irregularidades en los dos primeros puntos e introducir recursos legales en tribunales y organismos internacionales (para lo cual debían haberse contactado con dichos tribunales y organismos previamente).
  •  Publicar las actas de mesa válidas en caso de ganar alguna gobernación con documentación del proceso de voto y custodia, y retar a los candidatos oficialistas ganadores a que hagan lo mismo.
  • Rechazar la juramentación ante la ANC y juramentar ante sus representados, así sea en alguna plaza pública de la capital del estado respectivo.

Hasta ahora el único que parece estar tratando de demostrar de manera activa el fraude en el conteo es Andrés Velásquez, en el estado Bolívar, por tener en su poder (según dice) las actas electorales auténticas. Según el CNE faltan tres actas y según el mismo CNE Velásquez perdió por 1.471 votos (0,26%).

Las elecciones en sí no importan, y espero que ni se les ocurra a los candidatos opositores ganadores juramentarse ante la ANC, por muchas razones entre ellas que, bajo el concepto de federación, su juramento corresponde hacerlo ante el Consejo Legislativo de sus respectivos estados, es decir, dicho juramento sería anticonstitucional y debemos suponer que, aun en su delirio, la ANC no está por encima de la constitución vigente.

Pero las confusiones, falta de criterio y “unidad” en la Mesa de Unidad demuestran que francamente no parece existir pensamiento estratégico a largo plazo en esa coalición oposicionista. Luis Almagro ya había redactado su respuesta ante las elecciones tanto en español como en inglés; Maria Corina Machado evidentemente estaba preparada con su discurso. ¿Cómo es posible que ante un fraude anunciado, telegrafiado y previsible no existiese una respuesta ya lista, coherente y unida por la dirigencia de la Mesa de Unidad Democrática? La recaudación de pruebas era lo más importante, pruebas visuales, documentales e irrefutables para presentar ante organismos a todo nivel la ilegitimidad tanto de la elección como de su organismo rector, el CNE. Ese era mi pensar, mi razón para apoyar el voto, un sentido estratégico del proceso, pero la falla de liderazgo en este aspecto es abismal.

Vamos a estar claros: el llamado a la abstención no caló. Siempre equivocado y siempre contradictorio, el dictador afirma que estas elecciones históricamente fueron las más concurridas. No hay que buscar mucho para saber que miente, tanto porcentualmente como en números absolutos. Las regionales de 2008 con un REP de 16.8MM tuvo una votación de 11MM para una participación de 65,61%. Las cifras en las del 2017 son REP 18MM, votos 10.9MM y participación 60,54%. Pero, suponiendo que ese 5% de diferencia hubiese sido un 80% opositor (una aproximación de Pareto), aun así los resultados finales serían 5.818.825 votos opositores contra 5.934.974 oficialistas. El problema no fue la abstención, fue el fraude.

Un punto más y final sobre este resultado. La coalición opositora de la MUD no parece estar clara en sus objetivos, y eso confunde al electorado. La coalición la componen un número de partidos con diversos programas de gobierno, piensa uno, supone uno. Pero el objetivo original de la MUD no es gobernar, es cambiar el modelo electoral—salir del régimen dictatorial y competir en democracia abierta. Es por eso que el PSUV y el oficialismo tienen una cierta ventaja estructural: están proponiendo y prometiendo gobernar, mientras que el mensaje percibido por el electorado acerca de la MUD es que quiere anarquizar: destruir el gobierno, “salir del régimen y después veremos”. Se le pide al electorado un salto al vacío, que acepten un futuro de incertidumbre. Por supuesto que muchos viven en un presente certero de miseria e inseguridad, pero el dicho que para muchos aplica es “más vale malo conocido que bueno por conocer”.  


Para el burócrata estatal, el buhonero, el ruletero, mata-tigres y el de a pie, le hace falta que le propongan algo que vaya más allá de elecciones y protestas. ¿Cómo se van a crear empleos verdaderos? ¿Cómo se va a fortalecer la pequeña y gran empresa privada? ¿Cuál es el plan de abrir los canales humanitarios? ¿Cómo se va a estabilizar la moneda y la inflación? No hay varita mágica y eso se le tiene que decir al electorado, pero también hay que presentar un plan realista con objetivos concretos. Hay que argumentar por un nuevo consenso de lo que es el país, una hegemonía ideológica que descarte la existente. Eso es lo que han hecho movimientos opositores exitosos contra dictaduras que eventualmente han desarrollado democracias. Lo contrario es venderle promesas vacías a un pueblo percibido por sus líderes como incapaces de aceptar la cruda realidad; y Venezuela ya ha tenido suficientes líderes de ese tipo.

sábado, 7 de octubre de 2017

ELECCIONES, CIUDADANOS Y DEMOCRACIA

Estaba equivocado. Resulta que la propaganda del régimen también me había obnubilado a mí; me había hecho obviar datos históricos; me había hecho pensar, hasta creer, que la gran mayoría de los venezolanos habían estado a favor de Chávez y su plan a principios de su gestión. Eso resulta que es mentira, y a partir de esa mentira se fabricó una gran patraña de falsedades y mecanismos para taparla.
En 1998 un poco más de tres millones y medio de venezolanos votaron a favor del movimiento Quinta República y Chávez resultó electo presidente. La cifra exacta es 3.673.685 de votos. Desde el primer momento se dijo que esa había sido una gran victoria y el mayor número de votantes por un presidente en la historia. Mentira número uno: en 1988 el número de votos a favor de Carlos Andrés Pérez fue 3.868.843 y, cinco años antes de eso, Jaime Lusinchi había recabado 3.773.731 votos.
Pero, ¡el porcentaje de votantes fue el mayor de la historia! Mentira número dos: A pesar de haber recibido el 56.20% de los votos emitidos, Chávez obtuvo el 33.36% de los votos de las personas inscritas en el registro electoral. Solamente un tercio de los votantes estaban a favor de la promesa de Chávez. La participación del electorado en esas elecciones fue de apenas 63.45%, la más baja en la historia del país salvo la inmediatamente anterior en la cual resultó ganador Rafael Caldera, en el sumidero de la república chiripera. En comparación, por ejemplo, 40% del electorado votó por Luis Herrera (quien ganó con una pluralidad de 46.64% de los votos), 49.77% por Jaime Lusinchi (con una mayoría de 56.72% de votos a favor), y 43.32% para Carlos Andrés Pérez (con 52.89% de los votos a su favor).
Pero, pero… la constituyente de 1999 tuvo un abrumador apoyo popular ¡el pueblo quería cambio! Mentira número tres: el proceso que ratificó la nueva constitución se caracterizó por mantener un nivel de aprobación nuevamente cercano a un tercio del electorado. El fundamento sobre el cual se basa la nueva, la “quinta república”, es decir la constitución de 1999, fue rechazado por la gran mayoría del país. Las cifras oficiales son: para la convocatoria, 62.40% de abstención, 7.5% de los electores en contra, y casi 5% de votos nulos—un rechazo mayor del 70%; para elegir los asambleístas de la constituyente, abstención 65.7%, a favor de los representantes del gobierno bolivariano, 30.42% del electorado, el resto del de los votos dividido entre nulos y opositores; y, finalmente, para aprobar la nueva constitución el voto registró 56% de abstención. El porcentaje del electorado que aprobó dicha constitución fue nuevamente menos de un tercio: 30.18%.
Hay un detalle fácil de perder de vista en estas cifras sobre la constitución del 1999. La coalición bolivariana obtuvo el 65.8% de los votos y la oposición el 22.3%. Sin embargo, los representantes de la coalición obtuvieron el 95% de los puestos en la constituyente, debido a que el proceso había sido reglamentado por el gobierno bolivariano de manera unilateral.  Es decir, con 30.42% del electorado votando a su favor, obtuvieron el 95% de los puestos en la asamblea.
Este patrón de manipulación del proceso se ha mantenido y exacerbado hasta el día de hoy. Quiero hacer un punto histórico adicional antes de hablar del 15 de octubre. Una vez ratificada la constitución del ’99 hubo necesidad de convocar nuevas elecciones presidenciales. En esas Chávez obtuvo el 59.76% casi sesenta por ciento de los votos emitidos. Pero nuevamente, el porcentaje del electorado a su favor fue, por decirlo de manera coloquial—escuálido: El 32% del registro electoral votó por Hugo Chávez Frías en las elecciones del año 2000.
Esas elecciones tempranas le indicaron al régimen totalitario en ciernes que tenía que hacer algo al respecto. Lo primero fue, por supuesto, difundir las falsedades mencionadas, pregonando que la gran mayoría del país estaba a su favor. Lo segundo fue influenciar directamente el proceso electoral mediante dos maneras de manipularlo.
Primera manera, el registro electoral: Entre el año 2000 al 2006 el registro aumentó de 11 millones a 15 millones, y entre el 2006 al 2012 de 15 a 18 millones. Aumentos sin precedentes históricos, y por ende sospechosos.
Segunda manera, el mecanismo electoral: Nuevas máquinas, nuevos procesos, nuevos métodos fueron incorporados en un proceso poco transparente y aparentemente con asesorías por técnicos experimentados de origen cubano y de la vieja Stasi en Alemania Oriental. La falta de transparencia de este proceso de adquisición e instalación de equipos y software lo hace sospechoso.
Aun así, el régimen perdió las elecciones para la reforma constituyente del año 2007, lo que demuestra que el voto ciudadano hace diferencia. Lamentablemente y debido al llamado a la abstención a las elecciones parlamentarias del 2005, las reformas rechazadas por el electorado soberano fueron implementadas en reglamento de leyes, siendo una de las más nocivas el reglamento ley de las FANB, que ahora podrían tener absoluta injerencia en todas las actividades económicas del país. Así se cumplió la aspiración de Chávez de “unión cívico-militar”— el mismo modelo de élite económica que su mentor político, Fidel Castro, había implementado en Cuba.
Las tácticas de intimidación (por ej., lista Gascón), y los fraudes evidentes (por ej., 2013) no han derrotado al espíritu cívico del pueblo venezolano. El régimen en obvia ignorancia cívica quiere hacerle creer una nueva mentira al pueblo y al mundo: que la democracia es contar votos. El voto del 30 de julio para elegir a la asamblea constituyente demuestra eso. El régimen quería demostrar que podía tener más votos que los del referendo consultivo del 16 de julio. La democracia no es contar votos. La democracia es una coalición de ciudadanos que utilizan mecanismos y herramientas para tener voz en sus destinos. Esas herramientas incluyen el voto, la protesta, el debate, las agrupaciones de la sociedad civil, la libertad de prensa, y la oposición viva, entre otras.
El voto del 30 de julio desenmascaró al régimen, comenzando por la supuesta gran participación. Se contradice el régimen al publicar un nivel de participación poco mayor del 40% y decir que fue la mayoría de votantes los que acudieron a las urnas. Ese registro electoral inflado artificialmente y con quien sabe que argucias del mismo régimen indica una abstención cercana al 60% del electorado. El mismo equipo técnico que había certificado resultados en elecciones anteriores entre el 2005 al 2015 dice que sus máquinas fueron manipuladas para aumentar el nivel de votos contados como emitidos. Esta vez ni siquiera se hizo la simulación de permitir testigos de mesa opositores o internacionales. Esta fue una farsa electoral, digna de cualquier régimen totalitario y dictatorial; y al igual que en ese tipo de régimen, los resultados fueron 100% a favor del oficialismo. No importaban los candidatos postulados, todos eran oficialistas.
Eso sin contar que la misma convocatoria a la constituyente está viciada constitucionalmente. El soberano (el pueblo) es el que decide convocar a una constituyente, no el mandatario de turno. El mandatario está autorizado a llamar a un plebiscito a ver si el pueblo convoca una constituyente, pero no está autorizado a convocarla. Sólo después de ser convocada es que se eligen los asambleístas. Nicolás Maduro lo que ha hecho es apropiarse de la soberanía de la república, es decir se ha declarado a sí mismo el soberano—un claro dictador.
Ahora esa misma Asamblea Constituyente írrita llama a elecciones para las gobernaciones de estado. Esas elecciones son organizadas por el organismo electoral denunciado por su mismo proveedor de equipos como manipulador y declarado como ilegítimo en el referéndum consultivo del 16 de julio.
Ante esta coyuntura, la posición abstencionista tiene lógica y es consecuente. No por eso sin embargo es a mi juicio la posición correcta a tomar ante estas elecciones venideras. Como se observa en la historia electoral descrita arriba, ha sido el abstencionismo y la apatía lo que estructuralmente le ha dado al régimen las armas para apoderarse del país e implementar una agenda y programa con el apoyo de apenas un tercio de la población. Las veces que la voz ciudadana se ha hecho escuchar (2007, 2015) el régimen ha tenido que recurrir a maniobras anticonstitucionales, ilegales o en contra de la voluntad popular para afianzarse en el poder. Si se hace una evaluación utilitaria de lo que le conviene al régimen, a éste le conviene la posición abstencionista opositora. Esta posición es la que le quita la voz al elector. Es mi opinión que no debemos dejar que el gobierno le quite la voz al pueblo.
Las elecciones del 15 de octubre de 2017 están viciadas de origen, forma y probablemente de resultado. No por ello debemos permitir que el régimen tenga la vía fácil hacia un mayor totalitarismo. La voz ciudadana nunca calla, más bien se fortalece cuando se moviliza, sea en protestas callejeras, en agrupaciones y asambleas cívicas o en urnas electorales. Como dije anteriormente, la democracia no es sólo contar votos, es formar ciudadanos-- activos, respondones, furiosos, contestatarios, comprometidos, indisciplinados, creativos, independientes. Eso incluye a los abstencionistas en voz alta, quienes reclaman una mejor democracia. Los abstencionistas en voz alta son demócratas comprometidos. Los que permitan que la inercia, el silencio, la frustración paralizante y la apatía dominen su intención de voto son los que más daño le hacen a la democracia. El régimen no quiere ciudadanos, quiere ovejas calladas. No se le debe otorgar al régimen del dictador su deseo.
Carlos J. Rangel, analista y escritor. Su libro más reciente es “La Venezuela imposible: Crónicas y reflexiones sobre democracia y libertad”.

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